Y así fue como salimos por piernas del Saloon. Y menos mal que mi compadre llevaba puesta la gabardina pues el altercado le pilló en el retrete (o lo que fuera aquello), con los pantalones por los tobillos y sus largos calzones a la misma altura. Como pude, y de eso estoy seguro, le cubrí a tiro limpio su apestoso trasero (en serio) mientras aquellos pueblerinos nos tachaban de ventajistas y hasta de cuatreros. Y liando el nudo en la soga, también.
Afuera esperaban nuestros leales caballos. Sólo hubo que obligar al de mi compadre a comportarse como un corcel decente, pues se conoce que su equino olfato intuyó el por qué de sus pintas y el estado de su trasero.
Huimos a galope tendido, entre tiros y juramentos.
Y lo peor, allí quedó su baraja trucada, fuente de nuestros beneficios de procedencia nada dudosa. Y su honra, pues una de las damas del Saloon, se cuenta, anduvo choteándose del sistema métrico decimal hasta el día de su jubilación. O más.